El santo es aquel que se ha abierto totalmente a Cristo. Aquel que, sabiéndose débil, frágil, se presta a ser instrumento, abierto a la Gracia y es verdadero testigo en el mundo del amor que Dios nos tiene y que es posible vivir la vida nueva en Cristo que se nos dio en el bautismo. Por eso, la santidad es en realidad la vocación propia de todo cristiano. La Iglesia celebra el 1 de noviembre la Solemnidad de todos los Santos, reconociendo esa multitud incontable que han vivido su vida en Dios, la mayoría de forma anónima o apenas conocida.
De entre todos ellos, algunos han destacado por diversas razones y la Iglesia, a través de los siglos, los ha reconocido y propuesto como modelo de vida cristiana.
– Qué es un proceso de beatificación
Por la importancia que tienen los Santos en la vida de la Iglesia, para que una persona sea declarada oficialmente santa, la Iglesia estableció hace ya siglos un proceso riguroso que ha ido renovándose, rodeado de todas las garantías posibles para comprobar cada uno de los aspectos relacionados con la vida y virtudes del siervo de Dios que se quiere beatificar y analizar si lo que se afirma sobre la santidad de una persona, se corresponda con la realidad y la conveniencia para el bien del pueblo de Dios que esa persona sea declarada santa.
– ¿Qué tipos de causas de beatificación hay?
Tradicionalmente, ha habido dos: Santidad de vida y martirio. Recientemente, en el año 2017, el Papa Francisco ha añadido un camino más para llegar a la santidad reconocida por la Iglesia: la ofrenda de la vida y la muerte sucesiva en un acto de caridad hacia el prójimo.
– Quién solicita la petición de beatificación
La diócesis en la que esa persona ha fallecido, una orden o congregación religiosa o alguna otra realidad eclesial con la aprobación del obispo diocesano.
– Cuál es el paso previo para iniciar un proceso de beatificación
Un elemento esencial para iniciar un proceso de beatificación es la fama de santidad, es decir, la conciencia en el pueblo cristiano de que esa persona ha vivido santamente y que esa fama de santidad se conserve entre el pueblo creyente. En el caso de un mártir, se requiere la fama de martirio. Es necesario, además, una parte actora: que una diócesis o una realidad eclesial se decida a llevar adelante un proceso de beatificación con todo lo que implica.
Se requiere el visto bueno del obispo, que consultará a los obispos de las diócesis cercanas y al pueblo de Dios mediante edictos, por si alguien tuviera alguna objeción sobre que ese proceso se inicie.
El obispo de la diócesis notificará a la Congregación para la Causa de los Santos de la Santa Sede la intención de iniciar dicho proceso, para que ésta a su vez consulte a las distintas congregaciones romanas sobre si pudiera haber algún inconveniente para que el proceso se inicie. Una vez recibido el visto bueno de la Santa Sede, se podría iniciar el proceso de beatificación.
En los casos de personas que fallecieron hace ya mucho tiempo, se requiere una comisión histórica, integrada por personas de Iglesia especialistas en la materia, que investiguen y recopilen la información existente sobre esa persona, de modo que esa información ayude a determinar la conveniencia o no de iniciar el proceso.
– Cuál es el proceso o pasos que se siguen para aprobar una beatificación
Cuando el proceso se inicia formalmente en la diócesis, se comienza a hablar de la persona en cuestión como “siervo de Dios”.
En el proceso hay dos fases principales, una diocesana y otra romana.
Fase diocesana:
Tiene como finalidad principal la recogida de toda la información posible sobre la persona a la que se quiere hacer beata. Para ello, el obispo diocesano constituye un tribunal, compuesto por un delegado del obispo, que dirige el proceso, un promotor de justicia, que vela para que todos los pasos se realicen con todas las garantías y según las normas de la Iglesia, y un notario que recogerá formalmente cada paso que se dé en la investigación, levantando acta del mismo y dando fe de su autenticidad.
Son importantes también las figuras de postulador y el vicepostulador, elegidos por la parte actora, la que ha decidido iniciar el proceso, y que reciben el visto bueno del obispo. Ellos son los que han de impulsar el proceso, aportando información, pruebas y testigos de la santidad y de la fama de santidad de la persona. El tribunal recogerá la información y las pruebas y tomará declaración a los testigos.
De toda esa información recogida con todas las garantías formales que pide el derecho canónico, se envía bien ordenada copia a Roma.
Fase romana:
Una vez recibida la información en la Congregación para la causa de los Santos, se comprueba que todas las pruebas han sido recogidas con las garantías debidas. Allí es importante la figura del relator, que trabaja para la congregación y que conociendo bien la lengua del país del que viene la causa, acompañará el proceso en su fase romana. Sigue siendo importante en esta fase el postulador, que velará para que cada paso se vaya dando con la diligencia debida y al que corresponde, de acuerdo con el mencionado relator, elaborar la llamada “positio”, un volumen en el que se hace una síntesis de lo más importante de la información recogida en la fase diocesana para poder trabajar con él. De ese volumen se hacen distintos ejemplares, y será estudiado por una comisión de teólogos primero, y después de obispos y cardenales, que analizarán el caso, valorando la información recogida y el valor de la misma y del testimonio que supone la vida de la persona que se quiere hacer Santa. En ocasiones, se piden aclaraciones o correcciones que retrasan el proceso. Si la “positio” pasa con las debidas mayorías de votos ambas comisiones, se presenta el caso al Papa que si lo ve conveniente, emitirá un decreto declarando que el siervo de Dios ha vivido las virtudes cristianas heroicamente o ha sufrido verdadero martirio, pasando de ser “siervo de Dios” a “venerable siervo de Dios”.
En el caso de martirio, el proceso está llegando a su fin y el Papa puede señalar la fecha para la beatificación del nuevo mártir.
En el caso de virtudes heroicas, se requiere que se produzca un milagro por intercesión del venerable, para que el Papa se pronuncie sobre la posible beatificación. La comprobación de la veracidad del milagro requiere también un minucioso proceso similar al descrito hasta ahora con su fase diocesana y romana.
– Qué diferencia hay entre beatificación y canonización
Se puede decir que beatificación y canonización son dos fases de un mismo camino hacia la santidad. Todo el proceso descrito en la respuesta anterior sirve tanto para la beatificación como para la canonización. La canonización siempre requiere la beatificación previa.
La beatificación es un primer reconocimiento. Se celebra habitualmente en la diócesis que ha promovido el proceso, presidida por un delegado del Papa, normalmente el prefecto de la Congregación para la causa de los Santos, y su repercusión tiene efecto, sobre todo, para la Iglesia local o la congregación que promueve el proceso. Litúrgicamente, sólo en estos ámbitos se podrá celebrar su fiesta. En el caso de martirio, no requiere milagro; y en el caso de santidad de vida, requiere la certeza de un milagro contrastado atribuido al futuro beato.
La canonización supone un reconocimiento de la Iglesia Universal y por eso se celebra siempre en Roma, por el Papa, y su celebración litúrgica es también de alcance para toda la iglesia. Para que el ya beato pueda ser canonizado, se requiere que se le pueda tribuir al menos otro milagro, o un primero en el caso del mártir, con su correspondiente proceso de verificación y que el Papa considere oportuna la canonización.
– Qué significa para la Iglesia una beatificación o canonización
El cristiano que vive heroicamente la virtud o que muere mártir no es un héroe de virtudes extraordinarias, sino más bien lo importante es la obra de Dios. No alabamos a un santo, sino las maravillas de Dios en esa criatura; que, en medio de tanta debilidad humana, Dios sea capaz de sacar tanta grandeza.
Afirmaba S. Juan Pablo II que es el mismo Señor el que elige y propone a algunos y lo que hace la Iglesia es discernir con humildad entre esa “multitud que nadie podría contar” (cf. Ap 7,9); y ello porque surge de un cierto “estupor” ante la vida de determinadas personas.
En los primeros siglos, la gente se reunía en torno a las tumbas de los mártires porque veía en ellos a personas próximas a la experiencia de Jesús.
La Iglesia al declarar a una persona santa quiere poner rostros concretos a la comunión de los santos, reconociendo a hombres y mujeres que han vivido la vida cristiana y que se proponen al pueblo de Dios como testimonio de que es posible vivir la vida como Dios quiere. En ellos, la Iglesia da gloria a Dios por su obra en el hombre.
Los santos no necesitan ser reconocidos como tales por la Iglesia, pues lo son ya en Dios. Es la Iglesia la que necesita de los Santos, la que pide su intercesión y la que propone, a todos los fieles, distintos caminos y modos de vivir la vida cristiana con el testimonio de algunos de sus mejores hijos.
– Quién puede declarar que un candidato merece ser beatificado o canonizado
La decisión final corresponde al Papa, que decidirá después de escuchar el trabajo realizado por la Congregación para la causa de los Santos.
– Quiénes son mártires
La palabra mártir significa testigo. El mártir por excelencia es Cristo, testigo del amor de Dios con su vida entregada en la cruz.
Por extensión, son mártires los que han dado testimonio del amor de Dios o de los valores que provienen de la fe con el costo de su vida.
Benedicto XIV definía así el martirio: es el soportar o tolerar voluntariamente la muerte por la fe en Cristo o por un otro acto de virtud referido a Dios.
Se trata de una muerte inmediata o a causa del sufrimiento infringido.
El mártir no es un suicida. Combate hasta el último momento para salvar la vida, porque esa vida es el don más grande recibido.
La muerte viene cuando no hay posibilidad de salvar la vida o la integridad de la fe. El martirio no es un acto heroico en sentido mundano; es un acto de la Gracia de Dios, don suyo, no buscado.
– Cuál es el proceso o pasos que se siguen para el reconocimiento de un martirio.
El proceso es el mismo que se sigue en toda causa de beatificación, partiendo de la fama de martirio y con la fase diocesana y romana, teniendo en cuenta el hecho específico del martirio:
– La muerte martirial: será importante conocer los detalles y circunstancias en las que se produjo la muerte.
– La actitud de la víctima: aceptación voluntaria de la muerte por amor a Dios a la fe o a virtudes conexas a la fe. La conciencia de aceptación voluntaria de las consecuencias de seguir a Cristo, en una muerte que no es provocada, sino sufrida.
– Por parte del perseguidor: El “odium fidei”, el odio a la fe, que, en ocasiones, se da muy ligado a situaciones de una marcada ideología imperante, como el nazismo o el comunismo.
– Cómo es la veneración de un mártir, de un beato o de un santo
Desde el comienzo, la fama de santidad o martirio de los siervos de Dios hacen que espontáneamente surja entre muchos fieles el deseo de encomendarse a ellos y pedir su intercesión. Los mismos promotores de una causa, dando a conocer la vida del siervo de Dios favorecen esa reacción inicialmente espontánea. Pero esa veneración ha de ser siempre en un ámbito privado.
La veneración pública sólo es posible y reconocida por la Iglesia cuando se ha producido la beatificación (con carácter diocesano o dentro de una congregación u orden religiosa) o la canonización (con carácter ya universal). A partir de ese momento la Iglesia reconoce también la celebración litúrgica del beato o santo, elaborándose para ello las correspondientes oraciones de su memoria o fiesta.