El sacerdote José María Polo Rejón quiso proteger al sacristán de su parroquia cuando comenzó a recrudecerse la persecución religiosa en Granada. Murió en Arenas del Rey, queriendo quedarse al lado de los suyos.
Aunque nació en Monachil, su familia no pasó mucho tiempo allí, yéndose a vivir al centro de Granada, en la misma Carrera del Darro. A los catorce años empezó su carrera eclesiástica comenzando sus estudios en el Seminario San Cecilio. Fue ordenado sacerdote a finales del año 1918, cuando contaba con 28 años.
Quienes le conocieron lo describían como una persona humilde y sencilla. Una personalidad que salió a la luz durante los años de su ministerio como coadjutor residencial en Zujaira y en Santa Catalina de Loja, donde atendió pastoralmente a la comunidad de fieles de Río Frío.
Antes de llegar a este pueblo de la comarca de Alhama de Granada, donde tuvieron lugar los hechos de su martirio, pasó también por las localidades de Santa Cruz del Comercio y Domingo Pérez. Llegó como sacerdote ecónomo a Arenas del Rey y a la vecina Játar. Vivía con una de sus hermanas y con su anciana madre, Benita Rejón Medina, de forma muy humilde, en la calle Infanta Eulalia.
PERMANECIÓ JUNTO A SU MADRE
En 1936, con el aumento de la violenta persecución religiosa, Polo Rejón ya preveía la llegada de sus perseguidores a la localidad. Así se lo advirtió a su sacristán y electricista del pueblo en aquel año. “José, deja de venir por la Iglesia, cuanto menos nos vean a los dos juntos, será mejor para ti. Si me matan a mí que no se ensañen contigo, que tú eres padre de familia”. A pesar del peligro, el presbítero no tenía la intención de abandonar a su madre, y quiso quedarse en Arenas sin escuchar las recomendaciones de algunos de sus vecinos.
Fue el 6 de agosto de ese año, durante la solemnidad de la Transfiguración, cuando un grupo de milicianos procedentes de Málaga entraba en Arenas del Rey. Lo relata la hija del sacristán, María García Serrano. “Estábamos los tres hermanos jugando a la sombra del nogal y nos marchamos, corriendo y asustados, porque vimos llegar a muchos hombres en mangas de camisa, con pañuelos rojos en el cuello, algunos con escopetas y garrotes”.
Lo primero que hicieron fue quemar las eras que trabajaba el joven sacerdote, que se encontraba por entonces en su casa. Este, al ver a los milicianos llegar desde la ventana, saltó a la casa de al lado para esconderse en la pocilga. Allí fue donde lo encontraron y asesinaron, pegándole varios tiros de escopeta.
El cadáver de Polo Rejón fue arrastrado por uno de ellos y llevado hasta la puerta de la casa materna. Allí hicieron bajar a doña Benita, que tuvo que contemplar con horror el cuerpo sin vida de su hijo. La pobre madre murió a los dos días de un infarto.
Las procesiones populares de Arenas del Rey cambiaron su recorrido entonces para pasar cerca de la casa rectoral, en el lugar en el que murió este mártir. Tras la beatificación, la parroquia de Arenas del Rey dedicará una capilla a recordar la memoria de Polo Rejón, con una de sus fotografías y un crucifijo que le pertenecía.
Ignacio Álvarez