El presbítero Lorenzo Palomino es uno de los mártires que serán beatificados el próximo 26 de febrero en Granada. Recordamos algunos episodios de su vida entregada al Señor. Muy conocido en Salobreña, Palomino fue sacerdote misionero en Argentina. Murió dando la vida por tratar de salvar a su primo, pidiendo ser fusilado en su lugar.
Nacido en el seno de una familia salobreñera, Palomino contaba con veinte años cuando pidió su ingreso en el seminario. Seis años más tarde fue consagrado como sacerdote. Tras un tiempo en Adra, fue destinado como ministro coadjutor de la parroquia de su localidad.
Fue en el año 1903 cuando tomó la decisión de ir a Argentina. Era una época en los que se produce la eclosión de la emigración en toda España al extranjero. Unos año marcados por el problema de la revuelta de los trabajadores y, en Granada, con la famosa quema de la fábrica azucarera de Motril. Es así como, movido por la inquietud de acompañar a todos los migrantes granadinos, decide irse con ellos.
ENTREGADO A LOS POBRES DE VILLA MISERIA
Palomino se convierte allí en benefactor de los granadinos y el resto de andaluces. Estos pasaban muchas veces por la Córdoba argentina, camino hacia Tucumán, donde había mucha gente del litoral de Granada que iban a trabajar en las explotaciones de caña de azúcar que había allí.
En este tiempo, que se prolongó durante más de tres lustros, el padre Lorenzo se convirtió en cónsul de los pobres y migrantes españoles, italianos y hondureños. “Él hizo una labor muy importante en Villa Miseria, que eran las barriadas pobres argentinas. Se dedicaba a dar clases de cultura básica y religión en algunas escuelas pobres”, explica el sobrino nieto del mártir, Juan Villaescusa. “Era un lugar en el que los sacerdotes no eran bien recibidos. A pesar de ello, él logró integrarse con ellos”.
Esta larga experiencia de misión pastoral en Argentina marcó la vida de Palomino, forjando aun más su carácter desprendido y generoso. “Tenía desde luego una personalidad atípica. Era una persona que daba más de lo que tenía y quería recibir menos de lo que necesitaba. Muchas veces daba su comida y su ropa para quien lo necesitaba”, cuenta Villaescusa.
AGRICULTOR EN SALOBREÑA
Regresó a Granada en 1918, en donde comenzó a trabajar como Vicario Parroquial de Salobreña, así como pastor de los fieles de la iglesia de Lobres. Esta sensibilidad por los pobres le llevó a compaginar su actividad parroquial junto con el cultivo de las tierras que le había dejado su padre, ayudado por una de sus hermanas.
Este presbítero repartía la caña de azúcar, patatas y el maíz que cosechaba entre los más necesitados de Salobreña. “Para la mayoría de la gente de Salobreña era un referente como ser humano, aunque para algunos por el hecho de ser cura era una mala persona”, asegura su sobrino nieto.
Hacia el verano de 1936, en una de las ocasiones en las que la persecución religiosa se recrudeció, Palomino fue delatado precisamente por uno de las personas a las que ayudaba. Cuando lo apresaron, tomaron la llave de la iglesia de nuestra Señora del Rosario y él mismo tuvo que asistir al destrozo de la misma, incluido el famoso Cristo del Perdón, que mutilaron entonces.
DANDO LA VIDA POR UN PADRE DE FAMILIA
Palomino contaba por entonces con casi sesenta y nueve años. Había sido encarcelado junto al párroco, D. Antonio Morales Moreno, además de uno de sus primos, también llamado Lorenzo. Una de esas noches, durmiendo sobre el mismo suelo, escucharon el ruido del motor de un coche. Fue entonces cuando el coadjutor pidió al párroco la que sería la última confesión de su vida. Morales logró ser liberado, pero no así su compañero, a pesar de las insistencias para interceder por su liberación.
El sacerdote fue llevado en la madrugada del 9 de agosto junto a su primo hacia las básculas de la Fábrica Azucarera. Fueron los dos atados de manos frente a un pelotón de fusilamiento. El sacerdote entonces rogaba a gritos por la liberación de su primo, que era padre de tres niños, uno de los cuales tenía apenas ocho meses.
“Pidió que le mataran a él y dejaran libre a su primo, entonces dijo: ‘que Dios tenga piedad de todos nosotros’, esa fue la última frase que pronunció antes de que lo mataran”, cuenta Villaescusa. “Entonces se abalanzó sobre el pelotón y le dijo a su primo que saliese corriendo”. Entregó así su vida al Señor este presbítero de Salobreña, dándole a su primo una postrera oportunidad. Aquello tampoco sucedió, pues uno de los milicianos salió corriendo detrás, abatiéndole de dos disparos en la espalda. Los dos fueron enterrados en una fosa común en el cementerio de Motril.
Ignacio Álvarez